En el mundo profesional y personal, la palabra “empatía” ha ganado un lugar central en nuestras interacciones. Se espera que seamos comprensivos, que nos pongamos en el lugar del otro y que actuemos con compasión. Sin embargo, en mi experiencia, he notado que la empatía se utiliza de manera selectiva y conveniente, más como un escudo para justificar acciones que causan incomodidad o problemas, que como una verdadera herramienta de conexión y entendimiento.
Un ejemplo que ilustra esta “empatía conveniente” me ocurrió recientemente en mi condominio. Un vecino tiene un perro, un animalito encantador pero muy joven y vulnerable. Al salir de su casa, el vecino lo deja encerrado en un baño. El resultado es que el perrito llora desconsoladamente durante horas, y su llanto resuena fuerte y claro en mi hogar, afectando mi tranquilidad y concentración.
Cuando decidí abordar el problema con mi vecino, esperando una conversación abierta para buscar una solución, su respuesta me dejó perplejo: “Hay que tener empatía”, me dijo. En ese momento, comprendí que el concepto de empatía estaba siendo manipulado. Mi vecino no estaba realmente interesado en entender cómo su decisión afectaba mi vida diaria; en lugar de eso, estaba usando la empatía como un pretexto para justificar una situación inconveniente y pedir que yo aceptara el malestar que me estaba causando. En muchos casos es un intento de transferir el problema al otro…
Este incidente me hizo reflexionar sobre cómo muchas veces en nuestras vidas profesionales y personales, la empatía se invoca de manera conveniente. En lugar de ser un medio para mejorar las relaciones y resolver conflictos de manera justa, se convierte en una excusa para evitar responsabilidades y perpetuar situaciones incómodas para otros.
La verdadera empatía, en mi opinión, no se trata solo de pedir comprensión. Implica también la voluntad de cambiar o ajustar nuestras acciones para minimizar el impacto negativo en quienes nos rodean. Es un equilibrio entre entender y actuar, entre sentir y resolver.
En nuestras interacciones diarias, ya sea en el trabajo o en nuestra vida personal, es esencial cuestionar cuándo estamos pidiendo empatía y por qué. ¿Estamos realmente buscando un entendimiento mutuo, o simplemente estamos evitando enfrentar las consecuencias de nuestras acciones? La empatía debería ser una fuerza que nos impulse a ser mejores, no un argumento que utilicemos para justificar el daño que podemos estar causando.
Al final del día, la empatía verdadera es aquella que nos conecta con los demás y nos motiva a actuar en pro del bienestar colectivo. Como líderes, colegas, vecinos, y seres humanos, debemos aspirar a practicar esta forma de empatía genuina, en lugar de recurrir a su versión conveniente.